Título: Wicked Game
Número de capítulos: one-shot
Participantes: KaiBaek (Kai & BaekHyun, EXO)
Género: AU, romance, thriller
Autorización: PG-13
Número de palabras: 14.689 palabras
Comentario de la autora: estoy muy emocionada con esta historia porque siento que he madurado en mi estilo y, además, acabo de ganar un concurso con este fic ;;
Sinopsis:
«Estimado Byun
BaekHyun:
La Fortuna ha posado su implacable vista en
ti y, por ello, debes sentirte honrado. Pero no olvides temer a la vez tan
aciaga atención.
Hoy te ofrezco la oportunidad de ponerte a
prueba, de saborear el éxtasis del azar y de retorcerte en el placer de la
mayor apuesta que ningún hombre se atrevería a hacer... Te ofrezco la Partida
Prohibida.
Una simple partida de blackjack, un juego
azaroso y justo, como sólo la Suerte y la Muerte lo son... La apuesta es
sencilla.
Si ganas, te concedo lo que más anhelas. Si
pierdes, me llevo lo que más amas.
Sólo un necio aceptaría una apuesta tan
arriesgada, pero sólo un necio tendría alguna oportunidad de triunfar. Así
pues, si tu coraje es par a tu necedad y aceptas mi invitación, sigue las
instrucciones que adjunto.
Atentamente: El Crupier»
— La
banca siempre gana.
Aquellas palabras no dejaban de resonar en su
cabeza desde que la partida había terminado. Había perdido… Él, que siempre
ganaba, que la suerte estaba siempre de su lado…
Ahí, tirado en su cama, con el tacto pulido
de las cartas aún hormigueando en sus dedos, se daba cuenta de lo estúpido que
había sido aceptando aquella invitación a una partida de blackjack. “Si ganas te
concedo lo que más anhelas, si pierdes me llevo lo que más quieres”, rezaba
la nota que encontró en el interior de aquel sobre, junto a un comodín de una
baraja francesa.
Ahora que lo pensaba, ni siquiera se sentía
diferente… ¿De verdad le había quitado algo?
Se levantó bruscamente de la cama,
encendiendo la luz en el proceso, y se lanzó sobre su escritorio. Rebuscó entre
todos los papeles de forma nerviosa hasta que encontró una carpeta de color
verde. Al abrirla sintió un gran alivio extendiéndose desde su pecho,
destensando gradualmente todos sus músculos. Suspiró de felicidad, vivía de
invertir en Bolsa, así que perder sus acciones sería una auténtica catástrofe.
Salió de forma cautelosa de su dormitorio y
recorrió el pasillo a oscuras, ayudándose de su memoria y de la luz exterior
que se colaba por los altos ventanales. Bajó las escaleras a tientas,
maldiciendo en voz baja cada vez que se escurría mientras se agarraba a la
baranda como si la vida le fuera en ello.
Una vez en la planta baja, pasó rápidamente
por tantas habitaciones como pudo —tampoco le apetecía que algún ladrón lo
asaltara en mitad de cualquier salón—. Cuando estuvo satisfecho, subió de
nuevo, prácticamente corriendo, y repitió el proceso. Sopesó durante algunos
segundos echar un vistazo al área de servicio, pero acabó por decidir que
tampoco tenía tanta importancia si se llevaban a sus criados. Siempre podía
contratar más.
Volvió con paso lento hasta su dormitorio,
donde había comenzado. Al final todo era una broma. Posiblemente alguien que se
aburría mucho subió el bulo a internet y se le acabó yendo de las manos. Casi
seguro la invitación tendría algún tipo de droga que había hecho que se
imaginara toda la partida. Aunque una parte de su mente le gritaba que el tacto
de las cartas había sido demasiado real como para haberlo soñado.
—
Las acciones de la empresa Byunera se han desplomado. La empresa dirigida por
Byun BaekHyun está a las puertas de la bancarrota…”
—
Apaga eso, por favor —gruñó el empresario, refiriéndose a la radio que cada día
escuchaba su secretaria.
La
mujer obedeció automáticamente tras dirigirle una rápida mirada de disculpa que
BaekHyun prefirió omitir. Ni era su culpa ni él podía huir eternamente de la
realidad. La empresa estaba pasando por una mala racha, eso era todo. Era algo
normal, esas cosas pasaban. No había nada de lo que preocuparse. Nada de nada…
BaekHyun
se derrumbó sobre su escritorio. Era inútil intentar convencerse… La empresa se
iba a pique y ni siquiera sabía por qué. Su valor en Bolsa era prácticamente
nulo y los accionistas no habían tardado en abandonar el barco. Estaba solo
ante una plantilla de más de mil empleados que iban a acabar en la calle porque él era un maldito inútil.
Se
obligó a sí mismo a recuperar la compostura cuando su secretaria llamó su
atención, avisándole de que tenía visita. En menos de un minuto, Oh SeHun, uno
de los herederos más codiciados por las mujeres, cerraba la puerta acristalada
de su despacho tras de sí.
—
Buenos días, hyung —BaekHyun movió la
cabeza en respuesta, no tenía fuerzas ni para hablar—. Supongo que ya habrás
visto las noticias…
—
¡Oh, vamos! No me digas que has venido para hablarme de eso. ¿Tú también
quieres reírte un poco del inútil de Byun BaekHyun? ¡Claro, por qué no! Si
quieres empiezo yo, ¿te parece? Así nos echamos unas risas —lo interrumpió más
bruscamente de lo que había deseado, pero no podía evitar sentirse enfadado con
todo el mundo. Se pasaba cada minuto, cada segundo del día dándole vueltas a
facturas, acciones, cambios en la Bolsa, historiales de la empresa… todo para
encontrar dónde se escondía el jodido error que lo estaba llevando a la locura.
Estaba a punto de tirar todo el trabajo de su padre por la borda.
SeHun
levantó una mano pidiéndole silencio y, por su expresión, el empresario se dio
cuenta de que tal vez comenzaba a agotar la paciencia de la única persona a la
que consideraba su amigo.
—
Cálmate, por favor. Sabes que no me gustan las discusiones y lo último que me
apetece es pelearme contigo.
BaekHyun
agachó la cabeza, arrepentido. Parecía mentira que SeHun, siendo menor, con la
mayoría de edad recién cumplida, fuera más maduro que él, que se suponía era un
empresario responsable de miles de personas más.
Murmuró
una disculpa prácticamente inaudible pero que a SeHun le bastó.
—
Venía a ayudarte —habló de nuevo cuando la tensión anterior se disipó—. Dos
cabezas piensan mejor que una, ¿no?
—
Supongo…
—
Perfecto —arrastró una silla junto a la de BaekHyun y se sentó. Inmediatamente
la nariz del mayor se llenó del perfume que usaba SeHun. Era un olor… varonil,
no sabía describirlo de otra forma. Todo en él era varonil; desde sus cabellos
teñidos de rubio perfectamente peinados hasta sus manos, pasando por su mirada
penetrante —que muchas habían calificado de provocativa— y su espalda ancha.
BaekHyun
se miró a sí mismo. ¿Por qué no podía ser un poco como SeHun? Masculino y
elegante a la vez, con una actitud ligeramente fría que volvía locas a las
mujeres. BaekHyun más que volver locas a las féminas parecía una —sobre todo
durante aquella época universitaria en la que le dio por delinearse los ojos—.
Si no fuera porque usaba diariamente traje y llevaba el pelo corto posiblemente
seguiría soportando más de una incómoda confusión.
Masculló
una maldición por lo bajo. Era completamente decepcionante. No era capaz de
dirigir la empresa a pesar de todos los años que estuvo estudiando y
preparándose para relevar a su padre y, para colmo, era un fracaso de hombre.
BaekHyun
recordaba cuando, siendo un niño, veía a su padre entrar en casa. En esos
momentos le parecía casi un héroe salido de los cómics que leía prácticamente a
diario. Le gustaba cómo andaba, como diciendo “miradme, estoy aquí”, cómo imponía respeto con tan sólo una
mirada, cómo creaba esa sensación de ciega admiración hacia él mismo… BaekHyun
entonces soñaba con ser como su padre algún día. Con el tiempo comenzó a sentir
aversión hacia sus trajes, sus acciones y su manía de hacerle sentir pequeño e
inútil.
Había
buscado su aprobación durante años, había deseado ver una pizca de orgullo en
sus ojos con toda su alma, por eso decidió que, algún día, él sería el flamante
director de Byunera y, cuando eso
ocurriera, lo dejaría impresionado, le demostraría que de verdad valía… Pero
había sido un completo estúpido… Ahora su padre, donde quisiera que estuviese,
estaría regocijándose al verlo sufrir de aquella manera. Lo peor era que tenía
razón…
—
Hyung, ¿a qué esperas?
—
¿Eh?
—
¡Enciende el ordenador! Tenemos mucho que hacer.
—
Sí, claro —se regañó mentalmente por haber estado tan distraído y llevó un dedo
hasta el botón de encendido de su portátil, esperando escuchar el ruido del
ventilador al ponerse en marcha, pero todo siguió igual—. Qué raro… —murmuró,
apretando el botón de nuevo.
—
¿No se enciende? —SeHun le quitó el ordenador y lo examinó rápidamente, la
batería estaba en su sitio y, además, el cargador estaba conectado. Volvió a
probar suerte, confiando en que BaekHyun no hubiese apretado lo suficientemente
fuerte el botón—. Nada —dictaminó antes de dejarse caer contra el respaldo de
su silla—. Tiene que estar estropeado.
—
¡¿QUÉ?! ¡NO! ¡Si ya lo llevé a arreglar hace dos semanas! ¿Cómo puede haberse
roto de nuevo? —se llevó las manos a la cabeza, no se lo podía creer. No ganaba
para disgustos.
SeHun
se mordió el interior de su mejilla derecha como siempre hacía cuando algo le preocupaba. Jamás había visto a BaekHyun tan decaído, tan… derrotado… Le
parecía demasiado irreal como para que estuviera ocurriendo. Desde que tenía
memoria, su hyung jamás había
perdido, jamás se había dado por vencido, y ahora…
—
Hyung, ¿te has planteado la
posibilidad de que te hayan echado una maldición? —SeHun habló de forma
cautelosa.
—
¿Una maldición? —se giró hacia él, repentinamente interesado.
—
Sí, ya sabes, el mal de ojo y esas cosas. No sé —se encogió de hombros ante la
mirada escéptica del empresario—. Siempre has tenido muy buena suerte y esto…
es tan extraño…
En
ese momento, algo hizo click en la
cabeza de BaekHyun.
—
Claro… ¡eso es! —por alguna extraña razón, no pudo evitar reír. Desde aquella
partida de blackjack había estado
esperando que cualquiera de sus posesiones desapareciera, llegando al final a
la conclusión de que todo había sido una mentira, pero no… Había sido real y…
le había quitado… su suerte…
—
Hyung, ¿estás bien? —SeHun le puso
una mano sobre el hombro, mirándolo con genuina preocupación y no con esa falsa
compasión a la que estaba tan acostumbrado.
—
¡Perfectamente! ¡Mejor que nunca, diría yo! Eres un auténtico genio, Oh SeHun
—lo cogió de las mejillas, tirándole de los mofletes—. Gracias, de verdad.
BaekHyun
se levantó de un salto, cogió la chaqueta de su traje y salió corriendo del
despacho, gritando una apresurada despedida. No sabía cómo, pero iba a
recuperar su suerte. Nadie le quita nada
a Byun BaekHyun.
Tal
vez —y sólo tal vez— BaekHyun se había precipitado un poquitín al salir
corriendo de la empresa.
Ahora
que ya había llegado a su casa y se había quedado a solas con sus pensamientos
se daba cuenta de que había sido demasiado estúpido e impulsivo. Debería
aprender a controlarse un poco…
Hizo
un repaso mental de las últimas semanas y de la conversación con SeHun. Siempre
había sido un chico con suerte, no lo iba a negar, la vida siempre lo había
tratado especialmente bien desde que era apenas un niño. BaekHyun
era, como lo llamaba su contable, el Rey Midas de la banca. A veces pensaba que
era casi absurda la forma en que las acciones crecían como la espuma cada vez
que ponía un mísero won a favor de una determinada empresa... Sus beneficios
rozaban la locura y las revistas se habían hecho eco de la intuición del joven Byun BaekHyun casi desde el primer momento. La
suerte nunca tenía fin… y BaekHyun
adoraba aprovecharse de ella, tentándola siempre que podía.
Sin embargo, tenía serias dudas sobre si te
podían quitar algo tan abstracto como la suerte. Y aunque pudieran… ¿cómo podría recuperarla? ¿Jugando otra
partida de blackjack? Ahora que el
destino —o lo que fuese— se había puesto en su contra, no tenía muchas
posibilidades de ganar precisamente…
Después
de un par de vueltas más en su cama, decidió llamar a algún criado para que
encendiera por él su ordenador —no quería arriesgarse a que este también se
rompiera—. Estaba seguro de que no sería difícil encontrar información en
internet.
Mientras
veía pasar las pantallas de inicio, BaekHyun rezaba mentalmente para que no se
fuera a apagar de un momento a otro, porque sin duda esa era la única
oportunidad que le quedaba. No pudo respirar tranquilo hasta que terminó de
encenderse y el navegador se abrió. Entonces tecleó rápidamente “ganar al blackjack”, recibiendo en respuesta miles de links en apenas unas milésimas
de segundo, desde vídeos hasta foros de ayuda.
Después
de visitar algunas páginas, BaekHyun se dio cuenta de que aprender por internet
no era precisamente lo suyo. Entre que acababa de descubrir que el blackjack era más difícil de lo que se
imaginaba y que muchas personas no sabían expresarse muy bien, tenía la cabeza
hecha un lío. Pero no podía darse por vencido tan pronto, cuando se proponía
una cosa no paraba hasta conseguirla y esa no iba a ser la excepción.
Siguió
vagando de página en página, con la esperanza de encontrar algo que le fuese de
utilidad. Al final, bien entrada la madrugada, BaekHyun se vio a sí mismo dando
vueltas por un foro dedicado a jugadores profesionales de la zona del Este
asiático. La verdad era que no había nada que fuese capaz tan siquiera de
comprender, así que pensó que lo mejor sería dejarlo todo y tratar de descansar
un poco. Sin embargo, un letrero que le llamó la atención se cruzó en su
camino. El tema en sí trataba sobre qué hacer una vez que se le prohíbe la
entrada a un jugador a un casino, otras salidas profesionales del blackjack. En teoría no era algo que le
interesara, salvo por una de las respuestas:
“Si te han fichado y no puedes volver a un
casino, la mejor forma de hacer dinero es dar clases. A los ricos les encanta
tirar el dinero en las mesas de blackjack así que pagan bien a cambio de algunas lecciones básicas, para que al
menos parezca que saben jugar. Y lo digo
por experiencia propia. Tal vez no ganas tanto como en un golpe, pero desde
luego es más seguro”
BaekHyun
no pudo reprimir un grito de alegría. ¡Ese tipo era su salvación! Se
registraría en el foro y trataría de hablar con él para que le diese clases,
costara lo que costase.
Con
el sabor dulce de estar un poco más cerca de su victoria en la boca, comenzó a
rellenar el formulario que te exigían para poder entrar. Cuando terminó, se
frotó las manos, anticipándose a lo que él consideraba la inminente
recuperación de su suerte.
Esperó
impacientemente a que la página cargara por completo para tener por fin acceso
a la persona que iba a ser su salvación. Buscó su respuesta rápidamente en el
tema que había revisado antes y clicó sobre su nombre, abriéndose ante sus ojos
su perfil. El supuesto chico se hacía llamar Kai y se describía a sí mismo como
un jugador descarado y un rompecorazones profesional. BaekHyun pensaba que más
bien era un capullo.
Sacudió
la cabeza, no era el momento de sacar conclusiones precipitadas de un completo
desconocido, tendría que centrarse primero en conseguir contactar con él. Cerró
un momento los ojos, formando en su cabeza el mensaje más adecuado para no
parecer ni un lunático ni un desesperado. Cuando volvió a abrirlos, la
oscuridad fue quien lo recibió en lugar de la pantalla del ordenador. Durante
una milésima de segundo pensó en la posibilidad de que se hubiese roto, hasta
que cayó en la cuenta de que la lámpara que tenía justo al lado también estaba
apagada.
—
No, no, no… —comenzó a murmurar mientras se levantaba rápidamente de su silla
en busca del interruptor de la luz. Lo pulsó varias veces, todas sin ningún
resultado.
Se
dejó caer suavemente contra la pared, deslizándose hasta el suelo. Aquello no
podía estar ocurriéndole, no en ese momento… ¡¿Es que no le podían dar ni un
maldito respiro?! ¿Le iban a negar la suerte el resto de su vida o qué?
No,
no lo iban a hacer, porque él mismo se encargaría de que todo volviese a la
normalidad. La decisión estaba tomada, ya no había vuelta atrás.
Cuando
BaekHyun se despertó a la mañana siguiente, sentía un dolor sordo en la base de
la cabeza y el cuerpo terriblemente lánguido. Los últimos meses se habían
llevado su energía mezclada con algo así como el 90% de su fortuna, pero eso se
había acabado. Estaba dispuesto a dejar atrás las preocupaciones financieras y
los trajes perfectamente planchados, ahora era cuando iba a demostrar realmente
su valía.
Se
vistió tan rápido como pudo con lo más informal que encontró en su armario y
bajó a toda prisa las escaleras. Por alguna extraña razón, echó en falta la
nube de criados —visiblemente reducida durante los últimos meses— que se
dedicaba a poner a punto toda la casa, incluso cuando siempre le pareció un
servicio estúpidamente amplio.
Algo
parecido a la nostalgia se removió en su estómago al llegar al enorme y vacío
vestíbulo, recordando casi como en un sueño cuando todo el mundo se congregaba
allí para despedir a su padre y, años más tarde, a él mismo.
Apartó
de su mente todos aquellos pensamientos y se concentró en lo que tenía que
hacer. Posiblemente BaekHyun estaba a punto de enfrentarse a una de las peores
pesadillas de los multimillonarios y una chirriante voz en el fondo de su mente
no paraba de burlarse de él, haciéndole sentir bastante enfermo. Tenía suerte
de ser tan testarudo.
Su
estómago vacío rugía un poco más conforme iba andando, exigiendo algo de
comida, pero BaekHyun estaba casi seguro de que, si comía, acabaría vomitando
hasta sus entrañas y no era algo por lo que estaba dispuesto a pasar. Se sentía
mareado y la oleada de calor que atravesaba Seúl en esos momentos no le ayudaba
en nada. Desesperado, buscó algún lugar con sombra para descansar y mitigar su
malestar.
Mientras estaba allí, apoyado contra una
pared de ladrillo visto pintarrajeada con burdos dibujos obscenos, hurgó en su
mente hasta encontrar de nuevo las miles de razones que se había dado a sí
mismo para seguir adelante y así recuperar algo de la confianza que había ido
perdiendo por el camino. Todo iba a salir bien, lo iba a conseguir, lo
lograría.
Algo más tranquilo, reemprendió su marcha.
Pensó en lo increíblemente desagradable que era sentir el sudor escurriéndose
por su espalda y empapando su camiseta, y se preguntó cuánto tiempo hacía desde
la última vez que salió a caminar, incluso desde la última vez que hizo
deporte. Posiblemente cuando estaba en el instituto… Una parte de su mente se
asqueaba, deseando con todas sus fuerzas una ducha, y sin embargo había otra a
la que le parecía curiosamente reconfortante aquella sensación olvidada.
Se pasó una mano por el flequillo castaño,
retirándoselo de la frente pegajosa, y suspiró. No tenía que olvidar su
objetivo.
Cuando por fin se plantó frente a la pequeña
e imperceptible puerta acristalada cubierta casi en su totalidad por carteles,
una oleada de repentino miedo le recorrió todo el cuerpo, acentuando el dolor
de cabeza que tanto se había esforzado por omitir. Rozó con una mano el pomo y
dudó. Quería recuperar su suerte más que nada en el mundo, pero su yo interno
rico y orgulloso se negaba a seguir adelante con su plan de búsqueda y rescate.
Aquello era caer bajo, muy bajo, y BaekHyun se sorprendió a sí mismo preocupado
por lo que sus colegas dirían de él
si lo viesen en aquella situación.
Llenó sus pulmones con el aire recargado y
tragó saliva, no sin cierta dificultad. Una vez más, hizo acopio de valor,
convenciéndose de que sólo era un mal menor para conseguir un bien mayor. El
fin justifica los medios, ¿no?
Buscó sus ojos reflejados en la puerta para
que le contagiaran de su férrea confianza y cerró la mano alrededor del pomo,
girándolo y entrando.
Un destartalado cartel que rezaba “cibercafé” en el centro del estrecho
pasillo fue lo primero que vio, pendiendo de una fina cadenita que amenazaba
con romperse. A su izquierda había un mostrador de cristal rallado y rajado por
algunas partes en el que se exponían algunas chucherías con pinta de llevar
mucho tiempo allí.
El interior era casi extrañamente más
sofocante que el exterior. Un viejo y chirriante ventilador encima del
mostrador removía el aire en un intento por refrescar la habitación mientras
que la persona encargada del establecimiento seguía su dirección con el cuerpo,
acaparando tanto como podía el fresco. Cuando se dio cuenta de su presencia,
paró abruptamente, mirándolo con los ojos más grandes que BaekHyun había visto
en su vida.
— Bi…
bienvenido —tartamudeó un poco y esbozó lo que BaekHyun clasificó como un
intento de sonrisa de psicópata—. Nunca te había visto por aquí, ¿en qué puedo
servirte? —apoyó los codos sobre el mostrador, dejando escapar un suave suspiro
de alivio al sentir la superficie fría bajo su piel.
— Eem…
—dudó de nuevo, ya parecía que era algo natural en él—. ¿Cuánto cuesta estar
una hora en los ordenadores? —se mordió el labio inferior, nervioso.
— Ah,
pues… Una hora sólo cuesta cinco wons. Si quieres tenemos una oferta especial
de dos horas y media por ocho wons —pestañeó un poco, apartándose los rizos
castaños de los ojos—. Oye, ¿te encuentras bien? Tienes mala cara.
— ¿Eh? Sí, sí, claro… Sólo quiero estar una
hora.
— Entonces son
cinco wons, caballero —volvió a sonreír y esta vez, se dijo BaekHyun, sí era
una verdadera sonrisa amable.
Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y
rebuscó torpemente en su interior hasta que alcanzó una bola de billetes
arrugados. Los contó rápidamente y se los tendió al muchacho. Más le valía que
mereciese la pena, porque no le quedaba mucho más dinero…
—Perfecto,
está justo —para su sorpresa, el encargado saltó el mostrador y le hizo una
señal para que lo siguiera por el pasillo hasta una amplia sala llena de
ordenadores. El chico se acercó al primer ordenador libre que encontró, sacó un
llavero repleto de pequeñas y desgastados llaves que removió hasta que dio con
la que buscaba. La usó para abrir una puerta metálica tras la que se escondía
la torre y la encendió. Esperó junto a él y, cuando se hubo iniciado, rellenó
un pequeño formulario con el tiempo por el que había pagado y el precio.
Entonces, un temporizador se puso en marcha en la esquina superior derecha de
la pantalla—. No es que desconfíe de ti, no tienes cara de mala persona, pero
en este sitio no te puedes fiar de nadie.
Le
dio una palmadita en el hombro y se marchó, dejándolo prácticamente solo allí
—había un par de adolescentes que se apretujaban en el reducido espacio de un
único ordenador cuchicheando algo sobre no sé qué idol—. En otras circunstancias, BaekHyun se habría sentido ofendido
por aquella descarada muestra de desconfianza, pero en el fondo se alegraba de
no haber tenido que encender el ordenador, por si se lo cargaba también.
Echó
una mirada vacilante a la habitación. Desde luego parecía en mejor estado que
la entrada, pero unas manchas de humedad en el techo lo delataban.
Se
sentó en la silla —no tenía que seguir perdiendo el tiempo— y repitió los
mismos pasos que dio la noche anterior. Cuando el foro estuvo completamente
cargado, volvió a buscar al usuario que estaba a punto de convertirse en su
salvador y se preparó para mandarle un mensaje. Se recordó a sí mismo que no
debía parecer desesperado o sino posiblemente le quitaría hasta el último won
que le quedaba —y no es que le quedasen muchos—.
Después
de escribir y rescribir cuatro veces el texto y repasarlo al menos otras diez,
decidió que estaba perfecto y que ya podía mandarlo. Se mordió la uña del dedo pulgar,
nervioso y expectante a partes iguales y, entonces, la realidad le golpeó en
toda la cara: ni siquiera sabía cuándo iba a contestarle, en caso de que
estuviera dispuesto a ayudarlo.
Se
pegó en la frente por idiota y se dejó caer contra la silla, derrotado. ¿Y
ahora qué? Con la mala suerte que tenía, posiblemente no recibiría respuesta
alguna o, si la recibía, jamás se enteraría y entonces BaekHyun perdería todo
lo que tenía y acabaría en la calle, mendigando para poder comer, durmiendo en
algún cajero automático o parque y expuesto al vandalismo de la juventud.
Se
tapó los oídos con las manos y comenzó a negar con la cabeza, repitiéndose como
un mantra que eso no iba a ocurrir, que no lo iba a permitir, no iba a ocurrir,
no iba a ocurrir, porque el jugador
le iba a contestar, sí, y le iba a decir que aceptaba su propuesta y todo
saldría perfecto. El truco estaba en ser optimista, eso era.
Cogió
una gran bocanada de aire y trató de relajarse. Poniéndose nervioso no iba a ganar
nada, ni mucho menos mirando como un idiota el foro y refrescándolo
continuamente, así que decidió dar vueltas por internet mientras hacía tiempo.
De vez en cuando lanzaba miradas furtivas al temporizador que seguía en marcha,
debatiéndose entre si quería que el tiempo acabase ya y así poder irse a casa o
si prefería que se paralizara hasta que le contestasen.
Cuando
le quedaban cerca de diez minutos, decidió volver al foro para comprobar sus
mensajes. Mientras cargaba, contuvo el aliento, entre ansioso e histérico,
sintiendo su corazón saltarse unos pocos latidos por la anticipación.
Apenas
pudo contener un grito de alegría cuando vio el aviso de que había recibido su
tan ansiada respuesta. Internamente, rezó para que no fuera ningún mensaje de
bienvenida. A pesar de que la religión y él nunca habían sido buenos amigos,
BaekHyun comenzaba a replantearse seriamente su fe en… lo que sea que hubiera
ahí arriba.
Tragó
saliva con dificultad, tenía la garganta más seca de lo que recordaba y el
dolor de cabeza había vuelto con más fuerza aún. Si no era el jugador, no sabía
lo que iba a hacer —posiblemente tratar de apelar a la compasión de su abuela—.
— No puede ser… no… —se quedó de piedra sin
saber qué hacer; si llorar o reír. Al final optó por la risa, una digna de todo
villano de Marvel que se precie—.
¡JÓDETE, QUE TODAVÍA TENGO UN POCO DE SUERTE! —no sabía a quién gritaba, pero
BaekHyun se sintió muy reconfortado.
Leyó rápidamente el mensaje y lo volvió a
leer y lo releyó y, ya que estaba, lo releyó una vez más. Lo iba a ayudar, le
ensañaría a jugar al blackjack… “Eso ni se duda. ¿Por qué no iba a ayudarte?”,
decía, seguramente porque la idea de cobrar una buena cantidad de dinero lo
atraía como Justin Bieber a las adolescentes locas.
Apurando el poco tiempo que le quedaba,
BaekHyun compuso un nuevo mensaje para poder quedar y verse esa misma tarde, en
el centro turístico de Gangnam y a plena luz del día —no quería tonterías—.
Ahora sí que sí.
Debía admitir que estaba más nervioso de lo
que reconocería en condiciones normales. Mientras se dirigía al punto de
encuentro, la idea de que en realidad el jugador fuera un ladrón que iba a
quitarle toda la pasta y matarlo había ido cobrando fuerza, lo cual disminuía
bastante su confianza en lo que él mismo había calificado como “súper magnífico plan infalible del que el
FBI tendría envidia”.
Algunas horas antes había hablado con SeHun y
le había contado todo el tema del foro y de aprender a contar cartas —omitiendo
el hecho de que le habían cortado la luz—. Su amigo se había escandalizado más
de lo que BaekHyun habría podido esperar de él y le había ofrecido a uno de sus
guardaespaldas para que lo acompañase —dejando en el aire un “estás más solo que la una y me preocupas, hyung” —, pero había declinado su propuesta.
No consideraba muy sensato presentarse con un armario empotrado de cuatro
puertas actuando como su sombra. Así daría la sensación de que estaba
increíblemente forrado y eso, por desgracia, ya no era tan cierto.
Llegó un poco antes de la hora acordada, así
que decidió dar una vuelta por el barrio para aclarar sus ideas. Con un poco de
suerte, el jugador ya estaría allí cuando él volviese y podría observarlo con
sutileza desde lejos y decidir si era peligroso para su integridad física o no.
Para su sorpresa, acertó.
Después de observar con cara de perro
abandonado los mostradores de una heladería y conseguir probar algunos sabores,
se dispuso a volver al lugar de encuentro, y allí estaba —o eso suponía porque,
básicamente, era el único que estaba por allí—. BaekHyun lo repasó rápidamente
con la mirada. Parecía muy joven para poder siquiera entrar a un casino, más
aún para prohibirle la entrada. Vestía con ropa normal, nada que llamase la
atención; unos vaqueros desgastados por los bajos y una camiseta de manga corta
negra —había que tener moral para llevar ropa negra con el calor que hacía—, y
llevaba el pelo moreno alborotado, casi como si se acabase de despertar, lo
cual explicaría por qué bostezaba cual león de la sabana africana.
En sus manos jugueteaba con lo que BaekHyun
diría que era su móvil, encendiendo la pantalla de vez en cuando para comprobar
la hora. Ya habían pasado cerca de unos cinco minutos de la hora que él mismo
había propuesto, así que ya era el momento de entrar en acción.
Se recolocó la camiseta de Flash que lo identificaría a ojos del
jugador, se peinó un poco con los dedos — ¿por qué hacía eso? — y salió de su
escondite tras una esquina.
Intentó caminar de manera despreocupada, como
si espiar a alguien fuese algo cotidiano, y se dirigió hacia el jugador. El
chico levantó la vista en cuanto lo vio aparecer y sonrió, pero no una sonrisa
de psicópata como la del encargado del cibercafé o una por compromiso como las
de SeHun, sino una de… depredador… BaekHyun tuvo el repentino presentimiento de
que se le iba a echar encima en cualquier momento y le mordería el cuello al
más puro estilo conde Drácula.
Reprimió un escalofrío y se esforzó por
devolverle la sonrisa, algo temblorosa.
— Supongo que tú eres… —mierda, se le había
olvidado su nombre de usuario…
— Kai —lo completó—, el jugador profesional
de blackjack —“y el rompecorazones”,
pensó para sí BaekHyun—. Tú eras BaekHyun, ¿verdad?
— El mismo —respondió, tendiéndole una mano
que el otro estrechó rápidamente—. Bueno, será mejor que nos demos prisa,
tenemos un negocio que cerrar y pronto aprenderás que soy bastante impaciente.
— A la mierda —BaekHyun tiró de un manotazo
todo lo que había sobre la mesa; el tapete verde, las fichas, las cartas ya
sacadas y el dispensador—. Estoy harto de esto —refunfuñó, cruzándose de
brazos, demasiado frustrado como para tan siquiera alegrarse de que había
conseguido sorprender al jugador frente a él, Kai, o JongIn, como se llamaba en
realidad.
Había tirado toda su vida por la ventana,
liquidado su empresa, despedido a todo su servicio, vendido sus muebles y casa —de
hecho vivía con SeHun— y todo para poder pagar los honorarios de JongIn y
recuperar su estúpida suerte. Había sido un auténtico y completo idiota, sobre
todo teniendo en cuenta que no sabía si al final todo saldría bien o no.
Miró de reojo a JongIn, que se estaba
masajeando las sienes con cara de “si no
te he matado todavía es porque quiero el dinero”, lo cual, sinceramente, lo
enfadaba bastante. Por alguna extraña razón, la idea de ser sólo un montón de
wons a ojos de JongIn lo cabreaba profundamente —“hace tan sólo algunos días las personas también eran única y
exclusivamente dinero para ti”, le había dicho KyungSoo, la única persona
de su antiguo servicio que seguía junto a él y que lo conocía mejor que su
propia madre—.
— Vamos a ver… —comenzó a hablar el jugador
con una voz suave y calmada. Después de varios meses al lado del ex empresario
había desarrollado una paciencia extraordinaria a la hora de tratar con sus
repentinos ataques de histeria—. Quieres ganar al blackjack, ¿verdad? —BaekHyun asintió a regañadientes—. Bien, pues
entonces te jodes y sigues practicando, ¿estamos? Si no quieres, ahí está la
puerta, eres libre de largarte.
BaekHyun bufó, lo peor era que tenía razón,
pero eso no quitaba que estuviese frustrado —muy frustrado, en muchos sentidos
además—.
Lo siguió con la mirada mientras se agachaba
para recoger lo que él antes había tirado. Sus manos encontraron y reunieron
todas las cartas con rapidez y habilidad y, por un segundo, BaekHyun pensó en
si serían tan habilidosas en otros ámbitos para, acto seguido, sonrojarse por
lo pervertido que podía sonar aquello.
Desvió la vista a la vez que JongIn se
levantaba del suelo con un suspiro y dejaba todas las cosas sobre la mesa.
— ¿Qué te pasa? —le preguntó—. No me digas
que sigues enfadado por esa tontería, BaekHyun —rió un poco, con esa risa grave
que lo ponía de los nervios.
— No me pasa nada —murmuró, evitando su
mirada, que lo ponía todavía más de los nervios.
JongIn tenía todas las cualidades del mundo
para hacer que una persona perdiera los papeles, empezando por la forma de
mirar —como si te estuviera desnudando, había pensado la primera vez que lo vio—
y terminando por su postura, una mezcla de autosuficiencia y “sí, sé que te pongo”. Reprimió un
escalofrío.
— Oye, JongIn…
— Te tengo dicho que me llames Kai —lo
interrumpió.
— ¿Por qué tendría que llamarte Kai si tienes
un nombre de verdad?
—Porque JongIn es personal, sólo para amigos
y familia, y tú no eres ni mi amigo ni parte de mi familia, eres mi cliente.
Punto —dio por zanjada la discusión cuando vio que BaekHyun estaba dispuesto a
protestar.
El ex empresario cerró lentamente la boca,
sintiéndose extrañamente despechado. Era cierto que la única relación que
tenían era la de profesor-alumno, pero eso no quitaba que pasaban muchas horas
a la semana juntos, las suficientes como para que BaekHyun se supiera su rutina
de memoria y conociera las manías de JongIn —como ordenar la ropa por colores,
fregar los platos sólo cuando los necesitaba o morderse las uñas mientras veía
las cartas pasar—.
— Pues te pienso llamar como quiera —sentenció.
— ¿Disculpa? —JongIn lo miró con una ceja
enarcada.
— Disculpas aceptadas —le devolvió la mirada,
fijando sus ojos en las pupilas negras del jugador—. Yo pago, yo decido, así de
simple. Y como yo pago, decido que estoy harto de jugar, vamos a ver una
película —BaekHyun se levantó de la silla y fue hasta la estantería donde sabía
que JongIn guardaba sus películas, revisándolas hasta encontrar algo que le
agradase.
— ¿Disculpa? —repitió, una octava más alto
que la vez anterior, BaekHyun chasqueó la lengua en respuesta.
— Ya te he dicho que acepto tus disculpas,
deja de repetirlo… Mmm… ¿te apetece ver Ocean’s
11? No es que sea un hito del cine, pero es entretenida —y sin esperar una
respuesta, cogió la película y se sentó frente al televisor, preparándolo todo.
JongIn fue hasta él, entre incrédulo y
confuso —lo cual, debía admitir, le hizo sentir por una vez superior a él—.
— No, no, no. Nada de películas —negó con la
cabeza y las manos, enfatizando sus palabras.
— Sí, sí, sí —el ex empresario se levantó,
mando en mano, sonriente—. Venga, ya está puesta, ¿me vas a hacer quitarla?
— Eeem… déjame que me lo piense… —se llevó
una mano bajo el mentón e hizo como si estuviese tomando una difícil decisión—
¡Sí!
BaekHyun le respondió con un intento de
puchero, poniendo su mejor cara de cachorrito abandonado bajo la lluvia. No
confiaba mucho en su habilidad para convencer a la gente, pero SeHun siempre le
decía que tenía la cara perfecta para dar pena.
JongIn le dedicó otra de sus miradas con ceja
enarcada, de esas que venían a decir algo como “me estás tomando el pelo, ¿verdad?”. Pero BaekHyun no se dejó
intimidar y continuó impasible, pestañeando muchas veces seguidas.
— Está bien… —suspiró—. Supongo —murmuró por
lo bajo, aunque fue perfectamente audible—. Pero cuando termine la película
continuamos jugando —advirtió.
— ¡Que sí, pesado! —BaekHyun ya se había
apoderado del único cojín que había en el sofá y miraba a la pantalla del
televisor, expectante—. Vente ya.
JongIn se dejó caer en el sofá como un peso
muerto, con su mejor cara de aburrimiento, pero BaekHyun sabía que era más
fachada que cualquier otra cosa. Podía ver perfectamente que estaba cansado de
ver ases, reyes, reinas y sotas pasar, que le dolía la cabeza de tantas horas
forzándose a contar y recontar. Y lo podía ver en la manera en que se frotaba
los ojos, tratando de contener el sueño, como un niño pequeño.
Era curioso, pensó mientras los primeros
segundos de la película pasaban sin pena ni gloria ante sus ojos, como podía
leerlo como si fuera un libro abierto. Eso de conocer tanto a una persona como
si fuera una extensión de ti mismo era algo que no había experimentado antes,
ni siquiera con SeHun, lo cual le hacía sentir extraño.
Se removió un poco en su sitio,
repentinamente tenso. No podía evitar lanzarle miradas furtivas a JongIn, que
comenzaba a adormecerse unos cuantos centímetros más allá. Así parecía aún más
joven, todo tranquilidad e inocencia.
— JongIn… —susurró—. JongIn… —de nuevo. El
aludido respondió con un ruidito molesto—. Te vas a hacer daño en el cuello
durmiendo en esa postura… —BaekHyun se mordió el labio inferior, sintiéndose
estúpido por lo que acababa de decir, pero el jugador no parecía muy afectado.
De hecho lo único que hizo fue moverse un poco hasta caer sobre el hombro del
ex empresario, acomodándose como si estuviera en su cama y BaekHyun fuera su
almohada.
— Listo —murmuró y, pronto, todo lo que se
escuchaba era su respiración profunda y rítmica.
Sintió todo su cuerpo tensarse de un momento
a otro, hasta el punto de ser doloroso, y su corazón se saltó un latido.
Contuvo el aliento durante algunos segundos, esperando alguna reacción por
parte de JongIn, que se apartara de él, que se riera de su nerviosismo…
cualquier cosa. Pero ya estaba dormido.
El hombro de BaekHyun estaba ardiendo en la
parte en la que estaba en contacto con el aliento cálido del jugador, igual que
su brazo, donde se había quedado enganchada una de sus manos. BaekHyun pensó
que lo mejor era no moverse, no fuese a ser que lo despertarse, así que procuró
acomodarse dentro de sus posibilidades y ver la película.
Estaba bien, no era precisamente del tipo de
cine que le gustaba, pero era mejor que nada. Aunque comenzó a ser un poco
extraño cuando el personaje interpretado por George Clooney repitió por quinta
vez la misma frase. Frunció el ceño, extrañado. Otra vez. Necesitó todavía
otros cinco minutos para darse cuenta de que era la misma escena que se
reproducía una y otra vez.
Abrió la boca, más sorprendido que molesto.
Él que creía que no podía caer más bajo… La vida no dejaba de impresionarlo,
desde luego.
BaekHyun había llegado a ese punto en el que,
se había acostumbrado tanto a la mala suerte —quién lo hubiera dicho meses
atrás—, que comenzaba hasta a apreciarla.
Reprimió una carcajada cerrando con fuerza
los labios. Aquella era buena, muy buena debía admitir. ¿Qué tal si te quedas
encerrado entre el cuerpo de otra persona —que te pone nervioso— y el sofá, con
la única compañía de una película que está rayada? ¡El mejor plan para un
sábado por la noche, por favor!
— Muy bien jugado —susurró, mirando al techo,
sin saber a quién demonios se dirigía.
Suspiró y apagó el televisor —la escena había perdido la gracia después de
las siete primeras veces— y deseó estar de verdad cansado para poder dormirse
pronto, pero en realidad su mente estaba más activa y despierta que en todo el
maldito día —ya podría haber estado tan espabilado mientras jugaba al blackjack, pero, claro, eso habría
significado tener suerte—.
Miró a JongIn, tenía ganas de acariciarle la
cabeza como si se tratase de su perrito para comprobar si tenía el pelo tan
suave como parecía, pero se contuvo cuando se removió en sueños y lo abrazó
fuertemente. BaekHyun se quedó paralizado, con las manos en alto. En su mente
imaginó que esa sería la posición en la que estaría alguien a quien la policía
pilla con las manos en la masa —cuando gritan eso de “manos arriba” —.
Los dedos del jugador dieron con su piel bajo
la camiseta, quemándolo con su tacto. Un escalofrío lo recorrió entero. El
tacto era áspero y calloso, lejos de la caricia mimosa que cualquiera esperaría
recibir. De hecho, de ser otra persona, posiblemente BaekHyun se lo habría
quitado de encima. Pero era JongIn, y se había quedado dormido, y ¿qué
demonios? Siempre había sido un poco masoquista y le gustaban los pequeños
arañazos que dejaban sus dedos en su cintura.
Cerró los ojos, tratando de dejar su mente en
blanco y relajarse. Al final, no iba a ser una noche tan mala.
BaekHyun no recordaba lo que era
dormir horriblemente mal hasta aquel día. La noche anterior se quedó dormido
por cansancio en una posición bastante incómoda y ahora el cuello le estaba
reclamando su descuido a base de corrientes dolorosas que lo recorrían entero
cada vez que intentaba mover la cabeza.
Nada más abrir los ojos, echó de
menos el peso y calor de JongIn a su lado. Buscándolo inconscientemente, llegó
hasta la cocina, donde se afanaba preparando un par de tazas de humeante café
negro. Cogió ambos vasos y se giró para dejarlos sobre la mesa, asustándose al
ver a BaekHyun en la puerta, quieto y en silencio. Algo de café se escapó por
el borde, manchando el suelo y la mano de JongIn, quien soltó las tazas y
comenzó a limpiarse rápidamente, susurrando una y otra vez “quema, quema”.
— Lo siento, no quería asustarte…
El jugador emitió un ruidito de conformidad
mientras ponía la mano bajo el grifo del fregadero, lanzándole rápidas miradas
de reojo. BaekHyun pensó que parecía otro totalmente distinto del JongIn de la
noche anterior. El chico moreno que siseaba por el dolor de la quemadura,
evitaba su mirada y se asustaba al verlo de improviso no era el jugador que
conoció por internet, desde luego.
Algo cohibido, se sentó en la mesa y cogió
una de las tazas de café, más para mirar el humo salir que para bebérselo, ya
que tenía el estómago revuelto y la bebida no le iba a hacer mucho bien. Un par
de minutos después, JongIn lo estaba acompañando en la apasionante
contemplación del humo.
— Y… —el jugador carraspeó un poco— ¿Has
dormido bien?
“No”
— Sí, claro —mintió descaradamente, no quería
que le sentase mal su sinceridad, ya parecía bastante destrozado.
Sea lo que fuese lo que le pasaba a JongIn,
no parecía estar en muy buenas condiciones. Las oscuras sombras bajo sus ojos
se extendían más de lo habitual y sus labios estaban secos y parecían haber
sido mordisqueados bastante rato.
El jugador asintió lentamente durante lo que
parecieron horas, sin despegar la vista de su taza de café. BaekHyun puso los
ojos en blanco, ya le estaba comenzando a exasperar.
— Bueno, ya está bien —BaekHyun golpeó la
mesa, asustándolo—. ¿Quieres salir de tu ensimismamiento de una vez?
¡Despierta, Bello Durmiente!
JongIn lo miró con los ojos muy abiertos
durante un momento, para volver en seguida a una postura más natural —más él—.
Se echó hacia atrás, escurriéndose un poco en la silla, y se llevó la taza a
los labios, bebiendo un poco. El ex empresario buscó la mirada del jugador y
sonrió al encontrarse de nuevo con esos ojos inquisidores que tanto lo
caracterizaban.
— Así me gusta… Ahora, vamos a jugar.
Se levantó de un salto y se dirigió al salón
medio trotando —algo en su mente le dijo que parecía Heidi corriendo por mitad
del campo—, más animado que la noche anterior, dejando a JongIn atrás, sin
escuchar el suspiro que se escapó desde el fondo de su pecho ni ver el brillo
culpable y melancólico que se escurrió por sus pupilas. Se había prometido que
no volvería a ocurrir y sin embargo ahí estaba, echando ya en falta el suave
subir y bajar del pecho de BaekHyun, su mirada brillante y la forma en la que,
sin siquiera haberlo visto venir, había impuesto su ley sobre JongIn. Y lo peor
es que ya no había vuelta atrás.
“Nueve, cinco, jota y dos. Ya
han salido seis figuras y un as, más la jota de JongIn, siete”, las cuatro
cartas colocadas bocarriba sobre la mesa brillaban bajo la luz crepuscular que
entraba por la ventana, esperando el siguiente movimiento de los jugadores de blackjack. “Tengo catorce, necesito un siete
para llegar hasta 21”, los números volaban por la mente de BaekHyun,
sumando, restando y multiplicando, calculando probabilidades. “Tengo más o menos un 56% de no pasarme,
pero la probabilidad de pasarme también es alta…”
El blackjack era un juego relativamente sencillo. Simplemente se
trataba de ir sumando cartas hasta llegar a 21, siempre sin pasarte. Cada carta
tenía el valor de su número mientras que las figuras contaban con un valor de
10, además de los ases que tenían valor doble; 11 o 1, según te conviniese. Se
repartían dos cartas a cada jugador y, a partir de entonces, cada uno decidía
cuántas más quería que le diesen. Dicho así parecía tan fácil… qué lástimas que
no lo fuese.
Se mordió el labio inferior,
pensativo. JongIn tenía muchas posibilidades de no pasarse de 21, pero también
comenzaba desde doce, y él tenía ya catorce, llevaba cierta ventaja. Tenía que
arriesgarse.
— Otra —golpeó la mesa suavemente con los
dedos índice y corazón, pidiendo una nueva carta. Ante sus ojos apareció un
cuatro de picas, dieciocho en total. Sonrió, era un buen número y, posiblemente,
después de eso, JongIn no lo alcanzaría, ya que la probabilidad de sacar una
carta alta era de sólo el 22%.
Miró a los ojos al jugador, estaba pensativo,
serio, como siempre que jugaban. Su cara era una perfecta máscara, ni siquiera
cambiaba de postura —salvo para comerse las uñas cuando las cuentas se le
complicaban—. BaekHyun hizo una seña con la mano, dando a entender que no iba a
pedir más. Pedir otra sería un suicidio estadístico, eso era lo que JongIn
solía decir.
Con suavidad, JongIn deslizó otra carta del
dispensador, colocándola bocarriba sobre la mesa; un dos, catorce. El jugador
siguió impasible, pero el ex empresario fue perfectamente consciente de la
sombra que cruzó por el fondo de sus pupilas negras.
— ¿Cuántas probabilidades tengo de ganarte,
BaekHyun? —preguntó, alzando por primera vez la vista de la mesa desde que
aquella partida había comenzado.
Siempre era así, JongIn le iba haciendo
preguntas para comprobar si llevaba la cuenta —y si la llevaba bien—, si
conocía las tácticas y si era plenamente consciente de lo que hacía o
simplemente se dejaba guiar por corazonadas.
— Pues… —carraspeó y se recolocó en la silla,
ganando algo de tiempo. De repente su pantalón vaquero descolorido era lo más
interesante del mundo—. Necesitas un cinco, un seis o un siete para ganarme,
así que… cerca de un 28%, es más probable que te pases de 21 y pierdas.
BaekHyun alzó la vista, tratando de descifrar
algo en la expresión del otro, si había acertado o metido la pata hasta el
fondo, pero algo. Se quedó así, con los ojos atrapados en las facciones de
JongIn, en la forma de sus labios gruesos, en su nariz chata y en su flequillo
negro que comenzaba a cubrir sus ojos, expectante, esperando una respuesta,
hasta que por fin asintió con la cabeza lentamente.
— Muy bien. ¿Qué harías si estuvieras en mi
lugar?
— Pedir —contestó sin pensar y en seguida se
arrepintió de ello, pero al ver que el jugador sacaba otra carta respiró
tranquilo.
— As de tréboles. ¿Suma?
— Quince, necesitas un seis como máximo, tus
probabilidades de ganar son muy bajas —BaekHyun sonrió, iba a ganar, ya podía
saborear la victoria. Se sentía orgulloso y eufórico, todavía no había
conseguido ganar a JongIn ni una sola vez y estar tan cerca era una sensación
increíble.
El jugador lo miró con un brillo de
curiosidad, y le dedicó una sonrisa en respuesta.
— Sé lo que estás pensando, pero la partida
aún no ha terminado —una nueva carta llegó hasta la mesa, ocupando su puesto
junto con las demás—. Dos, estoy muy cerca de alcanzarte, BaekHyun —su sonrisa
lobuna se amplió y el ex empresario frunció el ceño cuando vio que estaba
dispuesto a sacar otra carta.
— ¿Qué haces? ¡Eso es un suicidio
estadístico! —repitió las mismas palabras que le dijo cuando jugaron al blackjack por primera vez.
— Ya lo verás —contestó simplemente,
revelando el as de corazones que se encontraba en su mano—. Vaya, acabamos de
empatar. Recuento.
BaekHyun se mordió el interior de la mejilla.
Hacía rato que había dejado de prestar atención a las cartas y ni se había dado
cuenta del momento en el que había cambiado los números por los movimientos de
JongIn.
— Eeeeh… —“vamos, vamos, vamos, piensa, piensa, ¡piensa, BaekHyun!” — Pues,
ahora mismo han salido siete figuras y tres ases, en total quedan veinticinco
cartas. Ahora necesitarías una carta muy baja para poder ganarme. De hecho, las
probabilidades de pasarte tienen que rondar el 90, 92%.
— Muy bien, BaekHyun, aprendes rápido. Dime,
¿tú pedirías una nueva carta?
— No, nunca —negó con la cabeza, enfatizando
sus palabras.
— Sería lo lógico, ¿verdad? —asintió,
regañándose a sí mismo por quedarse embobado, observando la forma en la que sus
labios se movieron para dejar salir aquellas palabras—. Bueno, pues vas a
aprender que lo lógico no es siempre lo más correcto.
BaekHyun no pudo reprimir una carcajada que
le salió del fondo del alma cuando los dedos de JongIn tocaron el dispensador.
¡Estaba loco, rematadamente loco! ¡Ahora sí
que iba a ganar! Era estadísticamente imposible que no se pasara de 21, se
estaba arriesgando estúpidamente a perder porque… no tenía ni idea, porque tantas
tazas de café ya le habían afectado a la cabeza o algo por el estilo.
— No cantes victoria tan rápido —JongIn
comenzó a reírse cuando BaekHyun se cruzó por su camino haciendo su baile de la
victoria particular; una mezcla de Gee
de Girls’ Generation, Gangnam Style de
PSY y Abracadabra de Brown Eyed Girls—.
Escucha con atención, BaekHyun, esto te puede ser muy útil. Cuando no tengas
ninguna posibilidad de ganar y queden pocos ases por salir, pide tantas cartas
como puedas para intentar llegar a esos ases y así…
— Forzar a que se baraje de nuevo antes de
comenzar la nueva partida —BaekHyun completó a JongIn casi automáticamente,
como si una parte de su cerebro ya supiese la respuesta—. Ya veo… Eso es lo que
estás haciendo, ¿no? —JongIn asintió mientras el ex empresario volvía a
sentarse en su sitio—. Pero, de todas formas —la sonrisa volvía poco a poco a
sus labios—, sería demasiada casualidad que te salieran tres ases en una sola
mano —hasta que BaekHyun vislumbró el as de picas que se escondía tras la mano
del jugador—. No puede ser… ¡Venga ya, tío!
Se echó hacia atrás en la silla, cruzado de
brazos —aquella escena se le antojaba muy familiar ya—. Gruñó por lo bajo,
soltando algunas maldiciones. Por un momento había saboreado la victoria y
había sido tan dulce… que ahora sólo tenía ganas de golpear a JongIn para que
parara de reír —ni siquiera él mismo se creía la suerte que había tenido en esa
mano—.
— Vamos, vamos, no te pongas así… Sólo ha
sido mala suerte, había muy pocas probabilidades de que esto pasara —señaló la
mesa, donde las cartas seguían quietas, burlándose de BaekHyun.
— Ya, mala suerte —bufó, si él supiese la
verdad…
— Mira el lado positivo, ya estás preparado.
— ¿Preparado para qué? —se incorporó en la
silla, no le gustaba nada el destello que cruzó la expresión de JongIn,
borrando su risa y dejando aquel gesto torcido tan característico suyo.
— Paciencia, pequeño saltamontes, estás a
punto de descubrirlo.
El ambiente estaba sobrecargado y demasiado
oscuro para su gusto. El humo que salía de unos cuantos —demasiados—
cigarrillos encendidos se colaba sin su permiso por su nariz y boca, haciendo
que se parara la mitad del tiempo para toser y tratar de expulsarlo. Toda la
luz que había en el local provenía de unas cuantas bombillas que colgaban
directamente del techo, dejando ver los cables de la instalación eléctrica, que
corrían de un lado a otro sobre varias mesas cubiertas con tapetes verdes y
dispuestas para jugar a diversos juegos de cartas, entre ellos el blackjack, lo cual le sorprendió
bastante —BaekHyun no estaba seguro de lo que esperar de esa excursión—.
Una barra de madera vieja y carcomida por los
años en la que servían bebidas de dudosa procedencia se deslizaba por su
derecha hasta el fondo. Una serie de armarios empotrados —léase hombres que
podrían comerse al ex empresario de un solo bocado— se repartían por toda la
estancia, vigilando permanentemente los movimientos de cada persona.
Era un local clandestino de juegos, algo así
como un casino pero en ilegal. Aunque eso no quitaba que tuviese un nivel
bastante alto, por lo que había entendido de su conversación con JongIn antes
de llegar allí.
BaekHyun arrugó la nariz. No era la clase de
sitio que solía frecuentar, la verdad. De hecho se sentía bastante cohibido y,
si hubiera sido por él, ya habría huido a esconderse bajo la cama de la
habitación de invitados de la casa de SeHun, pero JongIn lo tenía bien agarrado
por la cintura.
Pensó en formas de librarse de su agarre, que
tampoco es que fuera demasiado fuerte, pero a una parte de su mente le gustaba
demasiado la idea de sentir a JongIn cerca y se negaba en rotundo a perder una
oportunidad tan preciosa de estar con él, así que se limitó a evitar los ojos
de todos los presentes allí.
En algún momento, JongIn se paró a saludar a
un chico alto con cara de sicario y penetrantes ojos negros. Ambos chicos
intercambiaron un abrazo bastante cariñoso entre algunas palabras ahogadas por
el ruido que dominaba todo el local, aunque BaekHyun fue capaz de distinguir el
nombre de JongIn unas cuantas veces. Frunció el ceño, ¿un tipo cualquiera con
cara de llevar un mes estreñido sí tenía derecho a llamarlo JongIn y él no?
Bufó, bastante descontento, y en el fondo se sintió como un completo estúpido
porque de todas formas seguía llamándolo por su verdadero nombre.
— BaekHyun —llamó su atención, pasándole una
mano por delante de la cara varias veces—, ven, que nos van a colar en una mesa
de blackjack —el jugador tuvo que
inclinarse sobre su oreja para que lo pudiera escuchar, provocándole un
escalofrío que lo recorrió desde el último mechón de pelo hasta la punta de los
dedos.
Asintió torpemente y se abrió paso junto a
JongIn y al sicario que parecía ser su gran amigo del alma hasta lo que supuso
era la mesa de blackjack, porque
había tanta gente allí congregada que no podía distinguir nada. El amigo del
jugador se perdió durante unos instantes en la marea de personas antes de
volver y avisarles de que tendrían que esperar algunos minutos antes de poder
jugar. Vio a JongIn asentir con la cabeza mientras sonreía, comprensivo, casi
en un sueño, como si estuviera completamente alejado del mundo en el que estaba
BaekHyun.
Nunca lo había visto sonreír así, y eso hizo
que algo se removiera en su estómago, dejándole unas muy inoportunas ganas de
vomitar. Miró hacia otro lado, no sabía muy bien si porque estaba enfadado o
porque quería evitar las náuseas, pero lo hizo.
El JongIn que sonreía, que regalaba abrazos y
que se mostraba comprensivo era algo que estaba completamente vetado para el ex
empresario, ni siquiera podía imaginarse al jugador comportándose así con él, de una forma tan… cercana y cariñosa…
BaekHyun se obligó a recordar que eran
profesor y alumno y que no tenía ningún derecho a exigir semejante trato, pero
eso no calmó para nada al espíritu rebelde y melancólico que quería un poco de
afecto y que lo quería precisamente de JongIn—si no se reía de sí mismo era
porque no le apetecía mucho quedar como un loco, pero ganas no le faltaban—.
Mientras esperaban, el ex empresario captó
trazos sueltos de la conversación que seguían manteniendo los otros dos chicos.
Algo sobre comenzar la universidad de nuevo, un viaje a la playa y una
invitación a tomar una copa algún día. En realidad trataba de evitar por todos
los medios a su alma cotilla para no enterarse de nada más, porque así lo único
que conseguía era sentirse más y más asqueado, pero no podía evitarlo.
Algunas veces, cuando JongIn lo miraba de
reojo, BaekHyun apartaba su vista rápidamente de ellos y hacía como si el techo
fuera lo más interesante del mundo, con sus apasionantes manchas de humedad y
grietas dignas de protagonizar algún documental en la sobremesa de un domingo… La
verdad es que dio gracias al cielo cuando por fin se pudo sentar a la mesa para
jugar y distraerse un poco.
Le hormigueaban las puntas de los dedos,
expectantes, deseosas de tocar las cartas. En medio del tumulto, BaekHyun había
escuchado no sé qué de a ciegas, aunque no podía estar seguro porque había
prestado muy poca atención a las palabras de JongIn. Él sólo quería que
barajaran y comenzara el juego de una vez, iba a demostrarle a ese tipo
enterado que era genial jugando al blackjack
y que JongIn no lo necesitaba para nada teniéndolo a él a su lado —pero qué
estúpido podía llegar a ser…—.
BaekHyun comprendió por fin a lo que se
referían cuando pronunciaron las palabras “a
ciegas” al ver la forma en que las cartas se ordenaban sobre la mesa: una
bocarriba y la otra bocabajo. Por lo que estaba viendo, no podía mirar la otra
carta a menos que quisiera que le dieran otra más.
Echó una ojeada rápida a las cartas expuestas
de sus adversarios, cinco en total, ninguna alta, ninguna figura, pero sí un
as. Miró la suya propia, un ocho de picas.
Instintivamente llevó la mano a la carta
oculta para levantarla y así pedir una nueva, pero, antes de que pudiera
tocarla, sintió el inconfundible tacto seco de los dedos de JongIn. BaekHyun se
puso totalmente tenso mientras sentía sus labios rozar contra su oreja,
componiendo una pregunta sencilla: “¿Estás
seguro?”.
Tragó saliva. ¿Estaba seguro? Le pareció que
el pulso le temblaba por el nerviosismo, aunque no sabía si era el suyo o el de
JongIn. Cerró los ojos por un momento para concentrarse y pensar, pero el
jugador seguía sujetándole la mano y eso lo ponía inevitablemente nervioso. Los
abrió de nuevo, buscó el dispensador y calculó cuántas cartas podría haber y
cuántas podrían haber salido, pero eso era inútil sin ningún antecedente al que
aferrarse. Desvió su vista al jugador, que estaba tras él, entre histérico por
no saber qué hacer y ansioso por jugar.
JongIn sonrió, otra vez con ese gesto torcido
— ¿por qué no podía sonreírle de verdad? — y volvió a susurrarle al oído:
— Haz lo que creas mejor, es tu partida.
Asintió mientras perdía poco a poco el
reconfortante calor que lo había rodeado hasta el momento. Iba a jugar solo.
Esa era su prueba de fuego. Si lo hacía bien, podría por fin jugar y apostar
para recuperar su suerte.
Sentía el pulso latirle con fuerza en las sienes
y la garganta se le había quedado completamente seca. Se dio un segundo para
calmarse antes de centrar toda su atención en las cartas repartidas sobre la
mesa y las manos del crupier.
— Otra.
Las risas de BaekHyun retumbaban por la calle
vacía, rebotando en las paredes hasta llegar al cielo, cada vez más azul, con
el tono característico de un amanecer.
Se había pasado las últimas ocho horas
encerrado en un antro cualquiera, sentado ante una mesa coja de blackjack, pidiendo una carta tras otra,
sin parar, jugando las mejores manos de su vida y había ganado. HABÍA GANADO,
MALDITA SEA.
Una electrizante sensación de victoria
todavía corría por sus venas, repletas de la adrenalina segregada durante el
juego. Era como volver atrás en el tiempo, pensaba, como cuando todavía la
suerte lo seguía a todas partes, pegado a él como si fuera su sombra. Pero esa
vez era aún mejor, porque sabía que el destino ya no jugaba ningún papel
protagonista en su vida, él y sólo él había ganado aquellas partidas.
Se sentía pletórico, eufórico, y todos
aquellos sinónimos más que terminaban en “-órico”.
Simplemente no había palabras suficientes en el mundo para describir la
forma en que su corazón parecía ir más rápido que de costumbre, la manera de
reírse—casi como un loco— y el retorno de aquel aire de superioridad y
felicidad material que se había ido consumiendo con el paso de los días.
Ahora tenía un buen fajo de billetes en el
bolsillo y mentiría si dijese que no tenía ya planes de volver a la Bolsa —incluso
cuando le seguía pareciendo descabellado—. Pero ahí estaba, haciendo planes a
toda prisa sobre cómo iba a gastar su recién adquirida fortuna. Aunque lo
primero era lo primero, tenía que pagarle a JongIn.
JongIn… apenas lo había visto desde que
comenzó a jugar. De vez en cuando había notado el inconfundible calor de su
mano sobre su hombro, sus ojos castaños siempre pendientes de sus movimientos,
pero no se habían vuelto a dirigir la palabra desde que BaekHyun había saltado
de su silla, más que satisfecho con su buena racha.
Giró sobre sus talones, buscando su silueta
recortada contra la calle, algunos pasos más atrás. Ahí estaba, con una sonrisa
de esas que podían derretir la nieve en un día de invierno, viendo a BaekHyun
saltar y gritar como si fuese un niño pequeño al que le acaban de regalar el
juguete que tanto había estado pidiendo a sus padres, aunque BaekHyun ni siquiera
era consciente de aquel gesto que sólo le podía arrancar él.
Se acercó corriendo al jugador, vislumbrando
poco a poco aquellos rasgos que ya se sabía de memoria de tanto observarlo, y
le tendió la mano en la que llevaba el dinero. JongIn lo miró con una ceja enarcada,
con una pregunta silenciosa en los ojos.
—Ya, ya, lo sé —puso los ojos en blanco, como
si JongIn le acabara de echar un reprimenda—. A mí tampoco me hace especial
ilusión deshacerme del dinero que he ganado, pero digo yo que en algún momento
de mi vida tendré que pagarte, ¿no?
— Ah, eso… —BaekHyun juraría que parecía
hasta decepcionado—. No es necesario que me pagues ahora mismo. Puedes dármelo
mañana y ya de paso te llevas la mochila que te has dejado en mi casa.
— No, no, prefiero dejar la mochila allí. Ahí
tengo cosas de primera necesidad por si me quedo otra vez dormido en el sofá —sonrió
tranquilamente, era su primer paso para comenzar a marcar su territorio
alrededor de JongIn, aunque el interesado no tenía ni idea.
— Ya… no creo que eso vuelva a ocurrir,
BaekHyun… —se rascó la nuca—. No te voy a dar más clases —titubeó un poco ante
la mirada incrédula del ex empresario—. Ya sabes, no tengo mucho más que
enseñarte —procuró parecer tan natural como siempre, pero no estaba seguro de
haberlo conseguido.
— Ah, ya veo —algo se revolvió en el estómago
de JongIn al escuchar el susurro ahogado del otro. Tragó saliva, no podía dar
marcha atrás, eso era lo mejor, era lo mejor para él.
Sabía que BaekHyun era un tipo rico, de la alta
sociedad, de esos con modales impecables y prejuicios hacia los pobres.
Enamorarse de él sería como ofrecer su corazón en una bandeja de plata para que
se lo partieran de nuevo —porque su vida no era precisamente una película
americana romántica en la que al final el tipo rico se enamora con locura de la
chica de la calle, como en Pretty Woman—
y eso era algo por lo que no estaba dispuesto a pasar.
— Entonces quédate ya el dinero, lo de la
mochila no es tan importante —le tendió de nuevo la mano, pero esta vez no lo
miraba a los ojos.
JongIn se debatió entre cogerlo o rechazarlo.
Siendo sincero, una parte de él se sentía sucio aceptando aquel dinero, como si
se estuviese vendiendo sin ningún tipo de pudor, pero al final lo aceptó —seguía
teniendo facturas que pagar a fin de mes—. Después de eso, BaekHyun aceleró el
paso y se perdió a la vuelta de una esquina. Pensó en seguirlo, pero le pareció
algo completamente estúpido e irracional, así que simplemente se limitó a
caminar hasta el bar más cercano. Ahogar las penas en alcohol, como en los
viejos tiempos, era lo que más necesitaba en ese momento. Así, con un poco de
suerte, acabaría olvidando el olor a cítricos, sal y fuego de BaekHyun.
BaekHyun se dejó caer como un peso muerto
sobre la cama, suave y blanda bajo su cuerpo. Estaba cansado, le dolía la
espalda y la cabeza y ya había perdido completamente la noción del tiempo
después de haber pasado casi todo el día encerrado en aquel casino.
Giró sobre sí mismo, poniéndose bocarriba
para observar el increíblemente magnífico techo de la habitación. Pasó su vista
por el encalado blanco hacia la pared, del mismo color y completamente vacía.
Hacía poco que se había mudado a ese apartamento con KyungSoo —a quien le debía
mucho— gracias al dinero que había comenzado a ganar jugando al blackjack, y todavía no había allí nada
más que lo imprescindible para vivir.
Aún había veces que la mala suerte se
empeñaba en seguirlo, pero BaekHyun ya estaba preparado para sobrellevarla lo
mejor posible —se había acostumbrado a llevar siempre algo de dinero escondido
en las zapatillas por si le robaban y un botiquín de primeros auxilios para los
incidentes fortuitos—. Se sentía orgulloso de todo lo que había aprendido en
todo aquel tiempo. Era una persona completamente nueva, no había ni rastro del
presuntuoso heredero de Byunera ni
del ex empresario maldito y pesimista.
Suspiró, todo se lo debía a JongIn y, aunque
su cerebro se había empeñado en borrar su recuerdo en la medida de lo posible,
su corazón lo seguía echando en falta y lo sabía. Lo sabía y continuaba
ignorándolo, porque JongIn ya se había ido, porque JongIn no quería saber nada
de él, porque para JongIn sólo había sido una fuente de dinero y no lo culpaba
por eso, a fin de cuentas él mismo lo contrató.
Inspiró profundamente y exhaló de forma
lenta. Y de nuevo tenía que apartar de su mente al jugador. Al menos, se dijo,
conseguiría su suerte de nuevo. Jugaría su última partida de blackjack y ganaría, por JongIn, por
todo lo que significaba.
BaekHyun sabía que las cartas estaban ya
sobre la mesa, listas, brillando ante la expectación de ser tocadas, de ser las
anfitrionas de la más gloriosa de las victorias o de la más estrepitosa de las
derrotas. Sonrió.
“Hagan sus
apuestas, caballeros, el espectáculo está a punto de comenzar”
Loco. Estaba completamente loco, aunque
también le valía como respuesta que era imbécil. Fuera como fuese, la cuestión
era que desde luego muy bien de la cabeza no estaba.
Vaciló un poco y se pasó las manos por el
pelo como si eso fuese a aclararle las ideas. Había llegado muy lejos para
echarse atrás en el último momento. Tenía que ser consecuente con sus
decisiones, responsable, como el adulto que era.
Inspiró profundamente. ¿A quién iba a engañar?
¡Era un maldito crío y un cobarde! A pesar de los años que había pasado en la
calle y la fuerza de voluntad que todavía conservaba, no dejaba de ser casi
como un niño.
Bajó la mirada a la mochila que tenía apoyada
en las piernas. Era la mochila de BaekHyun, la que prácticamente había
abandonado en su casa, y lo cierto era que no le gustaba tenerla siempre
rondando por el apartamento, porque le recordaba al chico que ya no iría más,
que no tiraría las cartas por la ventana de nuevo, que no acabaría con sus
reservas de chocolate una vez más, que no llenaría de vida su casa para él. Así
que había decidido devolvérsela. Fuera la mochila, fuera el problema.
Mentiría si dijese que no le había resultado
difícil dar ese paso. Para empezar, le había costado la misma vida dar con él.
BaekHyun no contestaba a sus llamadas y la casa en la que supuestamente vivía
desde luego no era suya, porque básicamente le había abierto un tipo al que no
había visto en su vida —de hecho necesitó cerca de dos horas para convencerlo de
que le abriera y así poder preguntarle por el ex empresario—. Al final había
conseguido una dirección, pero dudaba seriamente de que fuera verdadera.
Después le tocó recorrerse medio Seúl para
llegar allí, ya que se había quedado sin dinero y no tenía ni para coger un
triste autobús. Huelga decir que, por el camino, se había replanteado
seriamente tirar la mochila en algún sitio poco visible y olvidarse de ella,
pero no podía. Simplemente no podía hacer eso.
Y, al final, ahí estaba, dudando y sin
atreverse a tocar el timbre. Cerró los ojos, dándose ánimos mentalmente, hasta
que se atrevió a llamar a la puerta. En un pequeño ataque de pánico entre que
le abrían o no, pensó en dejar la mochila y correr como alma que lleva el
diablo, pero los goznes de la puerta crujieron antes de lo que esperaba y tuvo
que abandonar su plan.
Sentía su corazón latir a toda máquina y veía
cómo la puerta se abría a cámara lenta. Tragó saliva. ¿Qué le diría a BaekHyun
cuando lo viese? ¿”Hola”? ¿”Eh, qué pasa”? Mierda, tendría que
haberse preparado mejor antes de llamar… Meneó la cabeza, apartando todos los
pensamientos que se amontonaban en su mente, y se preparó para lo que sea que
fuese a ocurrir. Iba a lanzarse a la aventura. Aunque de aventura más bien
poco…
La verdad es que se sintió bastante
desilusionado cuando, tras la puerta, vio a un chico bastante más bajo que él,
de piel nívea, ojos redondos y curiosos y labios que se estiraban en una
sonrisa tímida.
— ¿Quería algo? —murmuró.
— Sí… —respondió tras unos segundos de procesamiento
mental en lo que pensó que Dios le había dado una segunda oportunidad para
llevar a cabo su plan de huida y olvidarse de todo—. Venía a traerle esto a
Byun BaekHyun —levantó la mochila—. Vive aquí, ¿no?
— Sí, claro —el chico movió sus ojos de JongIn
a la mochila y de nuevo a JongIn—. Pero ahora mismo no está en casa. Si quieres
puedo dársela yo… O podrías pasar y esperar a que vuelva, no puede tardar mucho
—añadió al ver que el otro fruncía el ceño al escuchar la primera opción.
— Eso estaría bien, gracias.
El chico se hizo a un lado y JongIn entró
como si llevara toda su vida cruzando aquella puerta. Le indicó cuál era el
dormitorio de BaekHyun y, después de eso, no volvió a verlo.
El dormitorio del ex empresario no era nada
especial. De hecho, estaba bastante acorde con el resto de la casa;
perfectamente blanco, perfectamente limpio y perfectamente vacío. Sólo había
una cama, una mesilla a la derecha de esta, un espejo de cuerpo entero, un
escritorio con un único portátil como acompañante y un pequeño armario de dos
puertas. Suspiró, ni siquiera tenía qué cotillear mientras hacía tiempo.
Soltó la mochila sobre la silla que estaba
frente al escritorio y pasó la mano distraídamente por la superficie de madera
pulida de la mesa hasta que sus dedos dieron con una textura demasiado
conocida. Bajó la vista para encontrarse con una carta, el comodín de alguna
baraja.
Lo cogió para examinarlo mejor. No parecía
una carta cualquiera, el dibujo era esmerado y de líneas muy elegantes, además
de que estaba firmada. Debajo se encontró con un trozo de papel arrugado y
doblado. Tentado ante las expectativas de entretenerse, lo desdobló con cuidado
para ver lo que escondía.
Posiblemente leyó aquellas líneas unas diez
veces —mínimo— y aun así no le cabía en la cabeza cómo BaekHyun podía tener
algo así en su poder.
“Si ganas te
concedo lo que más anhelas, si pierdes me llevo lo que más quieres”, creía que era una mera leyenda
urbana. Cuando escuchó hablar de aquellas misteriosas partidas de blackjack, del crupier que las llevaba y
al que muchos tildaban de monstruo, de los supuestos deseos que concedía y del
precio que tenías que pagar si salías perdiendo, JongIn se rió como nunca en su
vida. Ni siquiera lo consideraba mínimamente factible. Todo aquel rollo parecía
escapado de la mente de un escritor de ciencia ficción frustrado, pero ya no
sabía qué creer.
— ¿Qué haces con eso? —JongIn no fue
consciente de la llegada de BaekHyun hasta ese momento.
El chico lo miraba desde la puerta del
dormitorio, con una mano sobre el pomo. No parecía muy enfadado, pero JongIn
supo por su mirada que tampoco es que estuviera muy feliz de verlo allí.
— Yo también me alegro de verte, BaekHyun —se
volvió para encararlo—. ¿Podrías explicarme qué es esto?
— Nada que te interese —el ex empresario se
abalanzó sobre él para intentar quitarle la carta de las manos, pero el jugador
fue más rápido que él y la puso fuera de su alcance valiéndose de su altura.
— En realidad yo creo que tiene bastante que
ver conmigo… ¿Para esto me querías? ¿Para aceptar una invitación a una supuesta
partida de blackjack? ¿Sabes siquiera
lo estúpido que es eso, BaekHyun? ¡Podrían estar intentando estafarte!
— Tú no lo entiendes —la mirada del otro se
había ensombrecido y su voz sonaba más grave que de costumbre—. No es ninguna
estafa ni ninguna leyenda, es real, JongIn.
— Ya, claro, ¿y qué más? ¿Tu vecino es Edward
Cullen? —preguntó con sarcasmo, poniendo los ojos en blanco—. Lo mejor será que
te olvides de toda esta mierda y…
— ¡No! —lo interrumpió. JongIn lo miró
sorprendido, era la primera vez que lo veía actuar de esa forma, siendo
autoritario de verdad—. No me puedo olvidar de esa mierda porque ya he jugado,
JongIn. Jugué y perdí, y me quitaron mi suerte. Por eso la dirección que te di
no es mía y ahora vivo en esta mierda de apartamento. ¡Lo perdí todo, me quedé
en la ruina! Si te contraté fue porque quería volver a jugar y recuperar mi
suerte —cogió aire después de su ajetreado discurso. Ya estaba hecho, lo había
dicho, ya no era su secreto—. Así que
deja la carta donde estaba y lárgate —señaló la puerta de su habitación,
intentando darle más peso a sus palabras.
JongIn se quedó en silencio, asimilando las
palabras de BaekHyun. Buscó los ojos del ex empresario, esperando ver un atisbo
de engaño en ellos. No podía estar hablando en serio, ¡era completamente
irracional! Pero estaba siendo sincero, no había ni rastro de mentira en sus
pupilas negras y aquello lo desconcertaba todavía más. JongIn estaba tratando
desesperadamente de agarrarse a la racionalidad que todavía le quedaba, pero
era inútil. Ninguna explicación lógica tenía la suficiente consistencia como
para mantenerse en pie.
Miró la carta que seguía en su mano y pensó
en BaekHyun tratando de sacar dinero de cualquier parte para pagar sus clases y
todo para perseguir a un fantasma de humo que se desintegraría en cuanto lo
tocase. Y entonces se dio cuenta de toda la fuerza de su mirada, de su actitud
resuelta y de su decisión inamovible de llegar hasta el final, y descubrió que
ese no era el BaekHyun que lo había contratado, que no había nada que pudiese
hacer o decir para conseguir que abandonase su lucha.
— No.
— ¿Cómo dices? —BaekHyun lo miró con el ceño
fruncido.
— Que no me voy a ir.
— Por favor, ahórrate la charla sobre lo
imprudente que es y bla bla bla…
— No te voy a decir nada porque, aunque es
una locura, sé que no te voy a convencer de que lo olvides, por eso… lo voy a
hacer yo.
BaekHyun parpadeó varias veces seguidas,
incrédulo.
— ¿Me estás tomando el pelo? No, no, no y
rotundamente no.
— Sí, sí y sí —JongIn se acercó hasta él y lo
obligó a mirarlo a los ojos—. Me da igual lo que digas, BaekHyun. Lo voy a
hacer, por ti, porque esto es muy importante para ti y yo sólo quiero ayudarte…
Piénsalo, el blackjack es lo que
mejor se me da, es imposible que pierda —sonrió levemente, esperanzado, y
BaekHyun pensó que podría estar mirando esa sonrisa eternamente y nunca
cansarse—. Déjame hacerlo, por favor.
El ex empresario se mordió el interior de la
mejilla derecha, pensativo. De repente todo el enfado que lo había consumido
cuando vio a JongIn ahí con la carta en la mano había desaparecido y eso le
hizo sentir débil, porque se rendía ante el jugador a la más mínima. Y, sin
embargo, era una sensación a la que podía acostumbrarse, una sensación que lo
recorría de arriba a abajo en pequeñas corrientes eléctricas de calidez y
cariño.
Asintió lentamente. Sí, estaba seguro de que
podría acostumbrarse a aquello, a un JongIn preocupado, a un JongIn que lo
protegería si hacía falta y que lo defendería de quien fuera.
— ¿Estás listo?
BaekHyun buscó a tientas la mano de JongIn
antes de asentir, reprimiendo el deseo de lanzarse a sus brazos y quedarse
eternamente con él, olvidándose de la partida y de todo por lo que había
luchado. Pero no podía, no ahora que había llegado tan lejos.
Apretó su agarre y lo miró a los ojos, necesitaba
saber que estaba allí, que estaba con él y que no lo abandonaría. La seguridad
de JongIn era la única que le quedaba a BaekHyun.
Habían esperado hasta la medianoche, tal y
como indicaba la invitación, y se habían colocado ante el espejo de cuerpo
entero con una baraja de cartas entre los dos. JongIn, que era el que iba a
jugar, tendría que cortarla tres veces para poder acceder a la partida.
Al final, aunque habían acordado que el
jugador se encargaría de todo, BaekHyun iba a acompañarlo, por eso estaban los
dos juntos y cogidos de la mano mientras la baraja se partía en tres montones
prácticamente iguales.
Lo que pasó después fue algo indescriptible.
Era una sensación de mareo y vértigo, como montar en una montaña rusa pero sin
la seguridad que proporcionaban los cinturones y muchísimo peor. BaekHyun
perdió la mano de JongIn en el proceso y eso lo hizo sentir todavía más mareado
y solo, terriblemente solo. Por un momento pensó que lo había dejado, hasta que
su voz se abrió paso hasta él por encima del molesto zumbido que se había
instalado en sus oídos.
Abrió los ojos lentamente y se encontró a sí
mismo sentado en un suelo negro como la obsidiana, que reflejaba todo como si
se tratase de un espejo. JongIn lo ayudó a levantarse y lo condujo por el largo
pasillo de paredes revestidas de cuero negro.
Todo le resultaba familiar y extraño a la
vez. No era la primera vez que recorría ese camino pero, aun así, se sentía como si lo fuera,
aunque aquella vez no lo acompañaba la sobrada seguridad que lo había
caracterizado en el pasado.
Al final, el pasillo se ensanchaba hasta
formar una sala perfectamente redonda con una mesa dispuesta en el centro,
lista para albergar la tan ansiada partida. Tras ella, unas manos enguantadas
de blanco hacían volar las cartas con agilidad y maestría, una detrás de otra
se exponían ante sus ojos. Era extraño, pensó BaekHyun, como nunca conseguía
ver a la persona tras las manos por mucho que se esforzase y se acercase a él.
Con un gesto de mano, los invitó a sentarse
frente a la mesa. JongIn miró al ex empresario, como pidiéndole permiso.
BaekHyun podía ver perfectamente que estaba perdido, pero, a pesar de eso, su
seguridad no desaparecía.
JongIn no vaciló ni un instante al sentarse,
ni siquiera cuando la voz del crupier se alzó sobre ellos, penetrando
profundamente en sus mentes.
— Byun
BaekHyun, Kim JongIn, no estáis invitados. Dadme una buena razón para que os permita
jugar.
Era una voz grave pero sumamente molesta.
BaekHyun lo describiría como un constante chirriar de uñas contra una pizarra.
— Muy simple —comenzó el jugador—. Porque ya
estamos aquí y no quieres perder tu tiempo echándonos o discutiendo con nosotros.
Algo parecido a una risa rebotó en las
paredes.
— Buena
respuesta, Kim JongIn. He de admitir que me has sorprendido —BaekHyun vio
la tan conocida sonrisa de depredador extenderse por su cara y supo que era
plenamente consciente de lo que hacía y decía en cada momento—. Me has caído bien, así que te permitiré
jugar.
En un abrir y cerrar de ojos, las cartas
volaron sobre la mesa y se colocaron en la posición correcta casi por inercia.
— Supongo
que conoces las reglas.
— Supones bien —JongIn contestó de forma
automática, estaba ya concentrado en su trabajo y comenzaba a aislarse de todo
lo que le rodeaba.
— El mejor de
veintiuna manos gana. Así pues, comencemos…
BaekHyun miró las cartas. JongIn salía con un
as y un cinco mientras que el crupier apenas tenía un diez y un dos. Se le
escapó un suspiro de alivio, empezaba con una buena ventaja y las
probabilidades de sacar una carta baja no estaban nada mal. Aunque, siendo
objetivos, el crupier tenía más probabilidades de no pasarse, alrededor del 66%
contra el cerca de 40 de JongIn.
No pudo evitar girarse para mirarlo, para
intentar ver lo que le pasaba por su cabeza en aquellos momentos, pero seguía
siendo el jugador implacable de siempre que no dejaba traspasar ni una sola
emoción durante la partida.
JongIn
acarició las cartas por encima, como si estuviera esperando que le dijeran qué
era lo que debía hacer y, entonces, fijó su vista en las manos inquietas de su
contrincante y sonrió. Desde ese momento todo fue un caos de cartas y números
que subían y bajaban sin cesar.
BaekHyun veía las manos pasar una tras otra
mientras trataba de seguir el ritmo de los cálculos, hasta que llegó un momento
en el que se perdió y sólo le quedó observar cómo el jugador continuaba rozando
sus cartas casi con devoción durante lo que le pareció una eternidad.
Por cada mano que ganaba su anfitrión, el jugador
conseguía milagrosamente arañar una nueva victoria. Alternativamente, la
victoria osciló entre el crupier y JongIn veinte veces y, con cada nueva mano,
la poca entereza que aún le quedaba a BaekHyun estaba un paso más cerca de
quebrarse.
Diez a diez…
El ex empresario contuvo un grito de alegría
cuando, por fin, la baraja se mezcló por última vez, preparando la que sería la
última ronda… la mano número veintiuno.
Nada más ver las cartas moverse entre las
manos del crupier, JongIn esbozó una arrogante sonrisa casi como si estuviera
saboreando ya su victoria. A BaekHyun le pareció extraño porque aquella era la
partida decisiva y todavía no había ni una carta sobre la mesa como para
hacerle pensar que iba a salir victorioso, pero todas sus dudas desaparecieron
cuando un as de picas y una reina de corazones cayeron con suavidad ante
JongIn.
— ¡BLACKJACK,
HAS CONSEGUIDO UN BLACKJACK! —y
eso lo convertía inmediatamente en el ganador. El ex empresario saltó de su
silla, con la adrenalina hormigueando por su cuerpo como si hubiera sido él el
que había jugado.
Por fin, por fin todo su trabajo estaba dando
sus frutos. Por fin iba a ser libre, iba a recuperar su suerte, iba a
reconstruir todo lo que la vida le había quitado y esa vez se aseguraría de que
nada ni nadie se interpusiera en su camino. BaekHyun ya podía sentir la antigua
seguridad que la suerte siempre le había proporcionado recomponiéndose en su
pecho, triunfante, y todo gracias a JongIn.
JongIn, JongIn, JongIn… su nombre sonaba tan
dulce y perfecto que el ex empresario no podía casi ni creerse lo afortunado
que era por tenerlo a su lado. En el fondo de su corazón se dio cuenta de que
la suerte jamás le había abandonado por completo, sino que había permanecido
allí, aletargada, escondida tras las manos y las palabras del jugador. JongIn
era su auténtica fortuna.
— Yo
que tú no cantaría victoria tan rápido, Byun BaekHyun.
BaekHyun no estaba seguro, pero juraría que
los ojos del crupier se habían clavado en él y habían conseguido que la sangre
en sus venas se congelara, aletargando su alegría hasta que desapareció por
completo.
— JongIn te ha ganado, concédele su deseo y
deja que nos vayamos de una vez.
— Me
temo que no. Kim JongIn es un tramposo y, como tal, no es digno de ser ganador.
El ex empresario dejó escapar una risa seca.
— Por supuesto —soltó, irónico—. Eso es
mentira, ¿verdad, JongIn? —se volvió para mirarlo, con la seguridad
desbordándose por sus pupilas negras hasta que chocaron con las del jugador,
vacilantes y titubeantes—. Dime que es mentira, JongIn —demandó, pero no le dio
tiempo a responder.
Las cartas se desplegaron una a una sobre la
mesa, mostrándose ante ellos. BaekHyun observó incrédulo las pequeñas muescas
que tenían algunas cartas en la esquina superior derecha. Todos los ases, tres
de los cuatro reyes, alguna reina y una jota exhibían orgullosas sus marcas de
guerra.
JongIn bajó la vista, avergonzado, y se pasó
una mano temblorosa por la frente. De repente todo el color de su cara había
desaparecido y parecía casi febril.
BaekHyun se dejó caer de nuevo en su silla,
derrotado. Ya está, se había acabado, todos sus esfuerzos a la basura. Los
últimos meses habían sido un gasto inútil de los pocos ahorros que había
salvado y de su tiempo.
Algo parecido a un “lo siento” resonó en su cabeza cuando miró de nuevo a JongIn, pero
no estaba seguro de si esas palabras habían salido de su boca porque las
lágrimas acumuladas en el borde de sus ojos le impedían ver con claridad.
Era extraño como ni siquiera tenía ganas de
gritar o soltar tantas maldiciones como pudiese contra JongIn. No estaba
enfadado, simplemente decepcionado, desilusionado, porque al final todo su
esfuerzo había sido en vano. Era curioso que ni siquiera hubiera sido por su
culpa.
La risa del crupier rompió la burbuja de
melancolía que el propio BaekHyun había creado a su alrededor y le hizo volver
a la realidad.
— Kim
JongIn, has perdido, pero no me voy a llevar lo que más quieres… de momento —una
sonrisa destelló entre las sombras, provocándole un escalofrío—. Eres arrogante y presuntuoso, pequeño
humano… Has intentado engañarme y vas a pagar por tu insolencia.
BaekHyun sintió que la habitación le daba
vueltas y, en un abrir y cerrar de ojos, vio a JongIn frente a él, ambos
separados por la enorme mesa de blackjack.
Aquello no le gustaba nada de nada.
— Esta
va a ser tu última partida, jugador, y tu contrincante será Byun BaekHyun —JongIn
apretó los puños hasta que los nudillos se le quedaron blancos al escuchar sus
palabras—. Estas son las reglas: la
partida será a ciegas, el vencedor morirá, el vencido perderá aquello que más
ama en el mundo… a la persona que tiene enfrente —el crupier se deleitó al
pronunciar la última frase, absorbiendo las expresiones de sorpresa de BaekHyun
y el enfado de JongIn como si fuera vital para seguir viviendo unos minutos más.
Sus miradas se encontraron sólo apenas unos
segundos, pero que a BaekHyun le parecieron una eternidad. En ese momento,
mientras las cartas se reían de su desgracia con el rozar seco de unas contra
otras, sobraban las palabras, en sus ojos se leía todo lo que jamás podrían
decirse, todas las caricias que se perderían en sus sueños y todos los besos
que jamás llegarían a su destino… Lágrimas de amargura resbalaban por sus
rostros cuando, acunados por la risa ácida del crupier, comenzaron su última
partida.
La banca siempre
gana.
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